La Peña Loyola: un escenario para crecer
Hay encuentros que trascienden el programa cultural y se convierten en una experiencia compartida. La Peña de la Orquesta juvenil Loyola Reina es uno de esos momentos donde la juventud encuentra su lugar. Este encuentro mensual, más que una cita artística, es un territorio donde la música se mezcla con la amistad y la creatividad florece sin pedir permiso.

Jóvenes de 14 a 19 años, junto con Erick, el ayudante de 24 que equilibra la guía con la complicidad, transforman cada presentación en un ensayo de vida. Lo que empezó como un grupo tímido se ha convertido en una orquesta sólida que compone sus propias canciones, probando que el talento, cuando se cultiva en comunidad, da frutos tan diversos como sinceros.
La magia del disfraz y la música
La última edición tuvo un encanto particular: una fiesta de disfraces que convirtió el encuentro en un carnaval de creatividad. En un mundo saturado de pantallas, ellos eligieron cubrirse el rostro no para esconderse, sino para revelarse. Cada disfraz fue un acto de imaginación, cada risa una nota que amplificaba la complicidad del grupo.
La música sonaba distinta, más libre, como si el ritmo se alimentara del color y la alegría de los atuendos. Fue un recordatorio de que el arte también puede ser juego, y que la espontaneidad no se opone a la belleza: la completa.

Ausencias que también enseñan
Algunos rostros faltaron en la cita, entre ellos el del profesor Christopher Simpson, convaleciente de una virosis. Su ausencia, sin embargo, no restó energía al encuentro; más bien reforzó el compromiso del grupo, que salió al escenario con la madurez de quien entiende que el arte también es resistencia.
Los jóvenes tocaron con una mezcla de nervios y entusiasmo que sólo da la pasión genuina. El público —vecinos, familias, amigos— respondió con la misma calidez, recordando que la cultura, cuando nace del corazón, puede unir a una comunidad entera.
Aprender haciendo música
En la Peña, la música no es un fin sino una herramienta. Allí se aprende a escuchar, a confiar, a acompañar. Los más experimentados enseñan a los nuevos, y esa transmisión de saberes convierte la orquesta en una escuela de empatía.
La guitarra sigue siendo el alma del grupo, pero el bajo eléctrico, la percusión y el canto amplían el espectro sonoro. Lo esencial, sin embargo, no está en los instrumentos sino en los lazos que se tejen entre quienes los tocan.

Cuando el arte se vuelve comunidad
La fiesta de disfraces demostró que la cultura puede ser también un acto de alegría colectiva. Allí, donde cada disfraz añadía color y energía, los jóvenes no solo tocaron música: construyeron sentido. En tiempos en que los espacios sanos para la juventud escasean, la Peña Loyola es una especie de milagro discreto, un lugar donde el arte y la convivencia se confunden hasta volverse inseparables. Quizás sin saberlo, estos muchachos están ensayando algo más que canciones: están aprendiendo a ser parte de algo más grande, a desafinar y volver a empezar, a vivir con ritmo y con alma.
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