
Un niño, con la sinceridad brutal que solo permite la infancia, se quejaba a su abuela: la escuela era un desastre, la familia un campo de batalla y la salud una ruleta de mala suerte. Mientras tanto, la anciana, con la calma imperturbable de quien ya ha visto pasar demasiadas tormentas, batía ingredientes para un bizcocho.
Cuando el pequeño terminó su inventario de desgracias, ella le ofreció algo inesperado:
—¿Quieres merendar?
—¡Claro! —respondió él, con la esperanza puesta en algo dulce que borrara su mal humor.
Entonces la abuela, con una picardía casi teatral, le tendió un vaso con aceite de cocinar.
—¡Puaj! —replicó el niño, escandalizado.
—¿Y qué tal un par de huevos crudos?
—¡Abuela, eso es peor!
—Bueno, ¿prefieres un puñado de harina, o tal vez un poco de levadura?
—¡Eso es incomible! —protestó, ya convencido de que su abuela había perdido la cordura.
Fue entonces cuando ella sonrió con la sabiduría que solo otorgan las arrugas:
—¿Ves? Cada cosa, por sí sola, parece desagradable. Pero cuando se mezclan en su justa medida, se transforman en algo delicioso. Así trabaja Dios. Nos da ingredientes que no entendemos, situaciones que saben amargas, momentos que parecen incomibles… pero al final, cuando Él los junta en su orden perfecto, el resultado es un bizcocho maravilloso.
El niño guardó silencio. La comparación era tan clara que no necesitaba más explicación.
Y la abuela, como si de pronto recordara un secreto íntimo de familia, añadió:
—Dios está loco por ti. Si tuviera nevera, pondría tu foto en la puerta; si usara billetera, tu retrato estaría allí. Te manda flores cada primavera, hace salir el sol cada mañana, y cuando quieres hablar, siempre está escuchando.
No vive en las estrellas, aunque podría; eligió vivir en tu corazón. Y, por si dudas, recuerda aquel regalo en Belén, aquella cruz en el Calvario y aquella tumba vacía un domingo de resurrección. Eso no lo hace quien ama a medias, sino quien lo da todo.
Llora, si necesitas llorar. Él secará tus lágrimas. Y cuando llegue el momento, te dará otro día para reír de aquello que hoy te duele. Solo espera, solo confía. Porque al final, aunque hoy solo veas huevos crudos y harina amarga, Dios ya está horneando contigo un banquete de esperanza.
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